Una suave brisa de repente hace mover las ramas de los árboles al unísono, primero bailando en armonía, para luego romperla y cada uno danzando a su ritmo, siempre a la merced del viento. Varias hojas caen al suelo, como si no pudiesen soportar más el brusco pero interesante baile vegetal, coloreando así el concreto de la vereda.
Daniel siente frío por primera vez, y apresura su paso a la vez que trata de cerrar su abrigo para protegerse de la fresca brisa de otoño. Pero parece que el abrigo no va a poder protegerlo del frío que siente, un frío que va más allá de las corrientes eólicas que barren el terreno como olas en marea alta. Ese frío de la soledad, el frío que le cala los huesos y le llega hasta lo más profundo de sus entrañas. Y la verdad no se asombra demasiado al sentir que ya varias lágrimas recorren sus mejillas para después estrellarse en la vereda coloreada por las hojas de otoño.
Y ni cuenta se da, cuando empieza a oscurecer… el poco de sol que se dejaba ver en el cielo grisáceo se pierde en el otro hemisferio, sumergiéndolo todo en una densa oscuridad. Y ahora la soledad se convierte en rabia, temor, miedo, odio. El terrible dolor de su corazón ahora sale a flote, y parece ahogarlo mientras sigue apretando el paso, aunque él bien sabe que de todos modos aun quedan varias millas sin alumbrado eléctrico a lo largo de la vereda. El odio que salía del frío ahora se convierte en desesperación, en una angustia terrible. Daniel entonces corre, asustado de todo, ni siquiera de la oscuridad ni los posibles peligros en una vereda oscura en medio de la nada, sino de algo más… trata de huir de algo mas fuerte que él, algo que parece más poderoso y que le intimida…
Ahora la noche lo cubre, le arresta… empieza a perder las esperanzas… ha perdido todo, todo se ha ido de sus manos… y ni siquiera se da cuenta de la oscuridad nocturna, ya que está más temeroso de la oscuridad que yace en su propio corazón, y que le ahoga, le irrita, le mata…
De un tropiezo cae al suelo, sin darse mayor cuenta que ha aterrizado en una laguna de lodo…Un grito desesperado desgarra la noche, mientras una mano alzada pide el último grito de auxilio en medio de la oscuridad del corazón que engangrena cada célula de su cuerpo… y es entonces que puede verlo… puede ver la luz… ¡pero no es posible! ¡Parece que el amanecer esta a punto de llegar!
Sin importar lo inverosímil que parezca, Daniel entonces confía en la luz, y ciertamente olvidándolo todo y dejándolo atrás, se levanta y corre hacia donde está la luz, sabiendo que esta a punto de llegar a casa… a su casa…la casa de su verdadero Padre…
Daniel siente frío por primera vez, y apresura su paso a la vez que trata de cerrar su abrigo para protegerse de la fresca brisa de otoño. Pero parece que el abrigo no va a poder protegerlo del frío que siente, un frío que va más allá de las corrientes eólicas que barren el terreno como olas en marea alta. Ese frío de la soledad, el frío que le cala los huesos y le llega hasta lo más profundo de sus entrañas. Y la verdad no se asombra demasiado al sentir que ya varias lágrimas recorren sus mejillas para después estrellarse en la vereda coloreada por las hojas de otoño.
Y ni cuenta se da, cuando empieza a oscurecer… el poco de sol que se dejaba ver en el cielo grisáceo se pierde en el otro hemisferio, sumergiéndolo todo en una densa oscuridad. Y ahora la soledad se convierte en rabia, temor, miedo, odio. El terrible dolor de su corazón ahora sale a flote, y parece ahogarlo mientras sigue apretando el paso, aunque él bien sabe que de todos modos aun quedan varias millas sin alumbrado eléctrico a lo largo de la vereda. El odio que salía del frío ahora se convierte en desesperación, en una angustia terrible. Daniel entonces corre, asustado de todo, ni siquiera de la oscuridad ni los posibles peligros en una vereda oscura en medio de la nada, sino de algo más… trata de huir de algo mas fuerte que él, algo que parece más poderoso y que le intimida…
Ahora la noche lo cubre, le arresta… empieza a perder las esperanzas… ha perdido todo, todo se ha ido de sus manos… y ni siquiera se da cuenta de la oscuridad nocturna, ya que está más temeroso de la oscuridad que yace en su propio corazón, y que le ahoga, le irrita, le mata…
De un tropiezo cae al suelo, sin darse mayor cuenta que ha aterrizado en una laguna de lodo…Un grito desesperado desgarra la noche, mientras una mano alzada pide el último grito de auxilio en medio de la oscuridad del corazón que engangrena cada célula de su cuerpo… y es entonces que puede verlo… puede ver la luz… ¡pero no es posible! ¡Parece que el amanecer esta a punto de llegar!
Sin importar lo inverosímil que parezca, Daniel entonces confía en la luz, y ciertamente olvidándolo todo y dejándolo atrás, se levanta y corre hacia donde está la luz, sabiendo que esta a punto de llegar a casa… a su casa…la casa de su verdadero Padre…
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