La habitación se encontraba sumergida casi en su totalidad en penumbras. El estudio en donde estábamos era bastante amplio, con acabados finísimos, e hileras de libros cubrían casi todas las paredes del cuarto, ordenados de forma metódica y precisa. Cada cosa en aquella habitación estaba en su lugar, nítidamente colocado: los amplios sofás y sillones, el piano de cola, los retratos familiares, el reloj de pared que fielmente marcaba la hora y el escritorio inmenso en el extremo norte del estudio, la figura más imponente de aquella habitación. Todo esta en su lugar, como tenía que ser. Los amplios ventanales franceses que comunican dicha habitación con la veranda de atrás yacían abiertos de par en par, mientras las cortinas estaban retraídas, dejando entrar la suave brisa que refrescaba en aquella calurosa noche de verano.
Ella, tan hermosa como siempre, vestía un hermoso vestido negro aquella noche. Sentada erguida frente al piano de cola de espaldas al sillón favorito, ahí estaba ella, lista para llenar la atmósfera con un suave vaivén de nostalgia y tristeza mezclada con dulzura. Fue entonces que suavemente deslizó sus manos sobre las teclas del piano: con una habilidad y destreza inimaginables llenó aquel espacio con tonadas suaves, dulces, pero llenas de una tristeza inexplicable. Sus manos se movían rápidamente, manejando el fluido musical con mucha delicadeza, como si dicha pieza tan hermosamente dolorosa saliera brotando de su mismo corazón. Su cabellera negra que le caía en la espalda también era víctima de aquella pasión y de aquel vaivén dulce y melancólico, tanto así que parecían ellas también disfrutar de semejante deleite musical.
El cielo, quizá no pudiendo contener la melancolía y la tristeza dulce de aquella pieza, soltó una agitada tempestad sobre la región, la cual ya en penumbras también había guardado silencio hasta entonces para poder apreciar la belleza que salía de aquellas manos tan preciosas. Ella, tan dentro de la pieza que tocaba, tan poseída por la belleza inexplicable de aquella tonada (¿o acaso era la tonada la poseída por la inescrutable belleza de aquella mujer?) ni se percató de la lluvia caer, y proseguía en aquel arte que sólo ella podía liberar.
A pesar de la lluvia caer, ni una gota de lluvia osó violentar la paz, la tranquilidad y la tristeza de aquella habitación, muy a pesar de los ventanales abiertos de par en par. Solo una suave brisa fresca entraba de vez en cuando para robar un poco de aquella música, tan dulce pero tan trágica a la vez. Y fue esa misma brisa la que poco a poco secaba las lágrimas sobre las mejillas de ella, la cual lloraba amargamente con cada nota musical que tocaba, al saber que su amado moría en el sillón favorito de espaldas a ella, sin ella poder hacer nada al respecto.
Ella, tan hermosa como siempre, vestía un hermoso vestido negro aquella noche. Sentada erguida frente al piano de cola de espaldas al sillón favorito, ahí estaba ella, lista para llenar la atmósfera con un suave vaivén de nostalgia y tristeza mezclada con dulzura. Fue entonces que suavemente deslizó sus manos sobre las teclas del piano: con una habilidad y destreza inimaginables llenó aquel espacio con tonadas suaves, dulces, pero llenas de una tristeza inexplicable. Sus manos se movían rápidamente, manejando el fluido musical con mucha delicadeza, como si dicha pieza tan hermosamente dolorosa saliera brotando de su mismo corazón. Su cabellera negra que le caía en la espalda también era víctima de aquella pasión y de aquel vaivén dulce y melancólico, tanto así que parecían ellas también disfrutar de semejante deleite musical.
El cielo, quizá no pudiendo contener la melancolía y la tristeza dulce de aquella pieza, soltó una agitada tempestad sobre la región, la cual ya en penumbras también había guardado silencio hasta entonces para poder apreciar la belleza que salía de aquellas manos tan preciosas. Ella, tan dentro de la pieza que tocaba, tan poseída por la belleza inexplicable de aquella tonada (¿o acaso era la tonada la poseída por la inescrutable belleza de aquella mujer?) ni se percató de la lluvia caer, y proseguía en aquel arte que sólo ella podía liberar.
A pesar de la lluvia caer, ni una gota de lluvia osó violentar la paz, la tranquilidad y la tristeza de aquella habitación, muy a pesar de los ventanales abiertos de par en par. Solo una suave brisa fresca entraba de vez en cuando para robar un poco de aquella música, tan dulce pero tan trágica a la vez. Y fue esa misma brisa la que poco a poco secaba las lágrimas sobre las mejillas de ella, la cual lloraba amargamente con cada nota musical que tocaba, al saber que su amado moría en el sillón favorito de espaldas a ella, sin ella poder hacer nada al respecto.
"...Ma si la vita che finisce
E non ci penso poi tanto
Anzi si sentiva gia felice
E ascoltava il pianoforte..."
E ascoltava il pianoforte..."
No comments:
Post a Comment