El tiempo apreta el paso mientras camina por las calles de la ciudad, como si tuviese prisa de no perder el tren de las 4.50.
Nunca para ni siquiera para comer o para descansar. No se detiene a sentarse en la banca del parque a admirar la biología suspirar en el ajetreo diurno, ni espera que den las dos para sumarse a las masas que ya corren a las cafeterías para tomar su tercera taza de café. No se inmuta por el tráfico, ni voltea a ver las vitrinas de los grandes almacenes. Sigue su caminar, a ritmo constante, con ese vaivén tan determinado ya, el cual no puede ni él mismo detener.
Ahora ya no camina, sino que corre - el tiempo apreta más rápido su paso, a pesar que asombrosamente sigue su mismo ritmo automatizado, y el intérvalo entre sus pasos sobre la acera no ha cambiado. Acelerando más su velocidad en cada esquina, su rostro sigue sin inmutarse, tan inexpresivo como siempre, como concentrado en el paso constante que no cambia. Las calles a su alrededor ya no son ni siquiera distinguibles para él - de repente empieza a nevar, pero un par de segundos después el sol abrasa sin piedad al asfalto, mientras que al doblar a la esquina ya las hojas de otoño vuelven a colorear las aceras llenas de gente.
El tiempo sigue su curso, pero a pesar que su paso rítmico no ha cambiado, pareciera que ya vuela, pasando por las esquinas tán rápidamente que ya ni los transeúntes se dan cuenta de su semblante siempre inerte, inexpresivo.
Y yo, sentado en el café de la siguiente calle, no hago más que pensar, con angustia, que el tiempo ya pasó por mi esquina, en su aparente pero terrible aprehensión de no perder el tan deseado tren de las 4.50.
(VG - 26th October 2008)
Nunca para ni siquiera para comer o para descansar. No se detiene a sentarse en la banca del parque a admirar la biología suspirar en el ajetreo diurno, ni espera que den las dos para sumarse a las masas que ya corren a las cafeterías para tomar su tercera taza de café. No se inmuta por el tráfico, ni voltea a ver las vitrinas de los grandes almacenes. Sigue su caminar, a ritmo constante, con ese vaivén tan determinado ya, el cual no puede ni él mismo detener.
Ahora ya no camina, sino que corre - el tiempo apreta más rápido su paso, a pesar que asombrosamente sigue su mismo ritmo automatizado, y el intérvalo entre sus pasos sobre la acera no ha cambiado. Acelerando más su velocidad en cada esquina, su rostro sigue sin inmutarse, tan inexpresivo como siempre, como concentrado en el paso constante que no cambia. Las calles a su alrededor ya no son ni siquiera distinguibles para él - de repente empieza a nevar, pero un par de segundos después el sol abrasa sin piedad al asfalto, mientras que al doblar a la esquina ya las hojas de otoño vuelven a colorear las aceras llenas de gente.
El tiempo sigue su curso, pero a pesar que su paso rítmico no ha cambiado, pareciera que ya vuela, pasando por las esquinas tán rápidamente que ya ni los transeúntes se dan cuenta de su semblante siempre inerte, inexpresivo.
Y yo, sentado en el café de la siguiente calle, no hago más que pensar, con angustia, que el tiempo ya pasó por mi esquina, en su aparente pero terrible aprehensión de no perder el tan deseado tren de las 4.50.
(VG - 26th October 2008)
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